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Teatro

Dogville. Versión de Óscar J. Martín

Dogville

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Tengo un catálogo de Ikea en las manos y lo abro por la página 27. Un título me llama la atención: “Crea rincones que hablen de ti”. Esto me lleva a pensar en la existencia de no lugares, de espacios creados por el hombre, alejados de la naturaleza que, por lo que significan, pueden identificarse con todos nosotros. Nuestras casas hablan de nosotros; creamos espacios en los que nos sentamos a pensar, a comer, a dormir, a hacer el amor y, cuando estamos alejados de ellos, los echamos de menos, como si de un ser querido se tratasen. En este momento de mi vida me interesan los espacios artificiales, en realidad me han interesado siempre…; quizá porque en ellos nos guarecemos y ocultamos la desnudez de nuestra identidad. Observo a la gente que se mueve de un no lugar a otro: de la casa a la oficina, de la oficina a una cafetería, de allí a la iglesia y, al final de nuestros días, la gente ocupa otro no lugar: el cementerio. El cielo y el infierno también son los no lugares a los que las personas esperamos acabar al final de nuestros días. Todo lugar creado por el ser humano implica una suerte de sacralización en tanto en cuanto es una prolongación de su propio cuerpo. Le damos luz, lo llenamos de viandas, lo dividimos en estancias donde realizamos actividades diversas, lo perfumamos con aromas que nos identifican, los llenamos de recuerdos y los acondicionamos para recibir a nuestras familias. Nuestro deseo es tener un no lugar propio o de alquiler, compartido o no, integrado en una comunidad o aislado del resto. Ahora también los intercambiamos, como si de una pareja se tratase, y esto es lo más moderno: ahora ser moderno es la prostitución de nuestros hogares. Los no lugares de playa o de montaña, los no lugares rurales y los no lugares de cinco estrellas o los low cost constituyen una clasificación posible de personas, de las jerarquías a las que, inconscientes, nos adscribimos paulatinamente llevados por las modas o por el devenir propio. También existen los no lugares virtuales, los que se subrayan de azul cuando los escribimos y que tienen sus propias llaves que hemos de recordar o guardar en el llavero de nuestro teléfono. El cuerpo también es igualmente un lugar esculpido y maquillado por el hombre para mostrar una visión agradable al resto: recordando a Gómez de la Serna, se me ocurre una greguería fácil relacionado con el uso del gotelé en los hogares: las paredes de las casas de los noventa muestran su cara más adolescente. Imaginaos lo desagradable y curioso que resultaría un maquillaje con los grumos del gotelé en nuestra cara…

Toda esta disertación introductoria me sirve para hablar de la obra que pretendo montar con vosotros. Interpreto el no lugar recreado en Dogville como personaje protagonista de esta obra. Su artificialidad, creada de manera sencilla, esbozada como si de un plano se tratase, constituye quizá una metáfora del ser humano actual, carente de profundidad, con una historia asociada a tópicos cuyos perfil se borran como si estuviesen trazados con tiza. Quienes habitan en Dogville son una suerte de títeres manipulados por su entorno y dirigidos a un devenir condicionado desde su nacimiento. La rutina, adoptada absurdamente por cada uno de los personajes, materializa una atmósfera desidiosa enmarcada en una aparente libertad con la que cada uno puede expresarse desde su absurda existencia. La llegada de un agente extraño altera las dinámicas de cada uno de ellos  constituye la propia destrucción de la configuración con la que estaban programados, como si de un virus informático se tratase. Dogville materializa la debilidad de las sociedades actuales creadas artificialmente y destruidas por factores más débiles aún.

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